javiercorreacorrea

Escritor, ensayista, comunicador social – periodista, docente universitario, nacido en Barranquilla (Colombia) en 1959. Primer finalista en el Concurso Nacional de Novela del Instituto Distrital de Cultura de Bogotá, con La mujer de los condenados (2001). Ganador del Concurso de Novela Corta del Taller de Escritores de la Universidad Central, con Si las paredes hablaran (2006). Autor de más de 50 cuentos cortos, algunos ganadores de premios nacionales.

18 diciembre 2023

Cuentos a las finas hierbas

Cuentos a las finas hierbas

 


Por Javier Correa Correa

Apocalípticas, eróticas, fantásticas –en todo el sentido de la palabra–, literarias, iconoclastas, impecables. Así son las 18 historias incluidas en Cuentos a las finas hierbas, en una edición electrónica perfecta para leer en estas vacaciones. O en época de estudios o de trabajo, la literatura siempre está a la mano, y de la mano de Lina María Pérez Gaviria.

Me jacto de haber leído casi todos los libros de esta estupenda escritora colombiana, pero cada vez me dejo sorprender por sus historias escritas con pulcritud e hilvanadas con respeto, hacia quien la lee y hacia ella misma. No puede ser de otra manera.

“La mujer de la Ruta 825”, “Acoso”, “El fisgón empedernido”, “Esponjado de mandarina”, “Cama de hierro forjado”, “Memoria”, “Levedad”, son algunas de las historias incluida en Cuentos a las finas hierbas, que uno no quiere que terminen. Pero terminan cuando debe ser, lo importante es que nos quede ese sabor alegre, así algunas de las historias sean no alegres. Pero así es la vida y la literatura es un reflejo, es una recreación de esta.

Además de la solidez de los cuentos, están las frases sacadas de una fuente ubicada en su capacidad de observar y sorprenderse por lo que pasa en dos aeropuertos, en un bus urbano que los pasajeros y el conductor abordan desnudos, en una cocina alegre, en una casa manchega de hace cuatrocientos años, en una cama fría, en un teléfono de citas eróticas, en una oficina redundantemente burocratizada, en un cuento de los hermanos Grimm, en un pantano, en una biblioteca.

“Desde que el calor se hizo insoportable a la gente se le cocinó el cerebro”, dice en la historia que alerta sobre eso que tanto niegan y se ha convertido en un lugar común, el calentamiento global, cuando hay –habrá– espacios para el deslumbramiento del amor.

Unas páginas más adelante se regresa a la época en la que los descendientes de Adán y Eva andamos vestidos, pudorosos, pendejos, y presenta la autora a “un tipo común, inofensivo y domesticado en lo ordinario”.

Alerta también sobre el peligro de “entrometerse en la comodidad de mi amargura”, la de un personaje que puede ser cualquiera, como aquellos otros que esperan ansiosos la Navidad, igual a la que se nos viene encima con aguinaldos que se anhelan, traídos por el Niño Dios, por un viejo rubicundo de barriga prominente o por el papá y la mamá, eso se sabe después de haber dejado la niñez.

Lina María Pérez Gaviria desmitifica todo aquello que nosotros, lectores desapercibidos, quisiéramos descubrir en una minería sin pica ni pala, sin dinamita, solo con palabras. En el caso de “El fisgón empedernido”, un español lisiado por la guerra “se refugia en los disparates que inventa”, apoyado en las historias soñadas por Catalina, la mujer que se niega a ser la sombra detrás de todo gran hombre, como por fortuna dicen cada vez menos hombres.

Y si queremos ser sorprendidos por más frases certeras, la misma Lina María Pérez Gaviria nos regala una breve reseña del libro, que reproduzco para no ser redundante: “Aderecé mis personajes con una pizca de humor negro, los aliñé con sus paradojas e inventé las honduras de sus almas y los brillos de sus certezas para nombrarlos. Confieso el deleite de mi escritura con la obsesión de mis personajes por existir. Y así me atreví a servirlos en bandeja de plata a las finas hierbas para finos e ingeniosos lectores. Cada ración, cada relato, constituye un universo literario condimentado con gracia y humor negro. Aposté por la desmesura, la aventura con el lenguaje y la libertad de imaginación. Abran el apetito a los Cuentos a las finas hierbas”.

Disponible en Amazon.com, Google Play y Apple Books: https://elibros.com.co/product/cuentos-a-las-finas-hierbas/

 


La autora

Descendiente de paisas nómadas, Lina María Pérez Gaviria nació en Bogotá.

Silencio de neón obtuvo en el Premio Internacional de cuentos Juan Rulfo, en la modalidad de género negro (1999); Sonata en mí obtuvo el Premio de Cuento Pedro Gómez Valderrama (2000), y Boleto para una noche de tango, el XXXII Premio Internacional de Cuentos Ignacio Aldecoa, en España (2003).

Ha publicado novelas y volúmenes de cuentos. Algunos de los más destacados son:

·         Cuentos sin antifaz.

·         Cuentos punzantes.

·         El cazador de ruidos.

·         Mortajas cruzadas.

·         Nabokov a la sombra de una nínfula.

·         Cuentos colgados al sol.

·         Cuentos a las finas hierbas.

·         Silencio de neón.

·         Sonata en mí.

·         Bolero para una noche de tango.

 


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05 noviembre 2023

Una lágrima en la Orestíada


 

“Todas las guerras provocan un terrible desorden y no hacen sino malgastar vidas y cosas. La humanidad lleva miles de años de guerras y, sin embargo, parece que cada vez se empiece desde el principio, como si se tratase de la primera guerra en la historia”.

Ryszard Kapuściński

 

Por Javier Correa Correa

Los dos ojos anegados. Del izquierdo se deslizó una lágrima que se negó a rodar por la mejilla y cayó amplia, orgullosa, en el escenario. Se desprendió del alma de Clitemnestra o de Camila Valenzuela, no se sabe, aunque la primera esperaba a Agamenón en Grecia y la segunda estaba en la Casa Teatro Nacional, en Bogotá.

Fue durante la presentación de la obra Orestíada, de Esquilo, una adaptación del inglés Robert Icke, quien nos transporta al año 2023, cuando se vive no la guerra de Troya sino en Ucrania y Palestina, dos países asolados por Rusia y por Israel, en una demostración del salvajismo de esta humanidad empeñada en autodestruirse y en impedir el futuro.

Las lágrimas de Clitemnestra o de Camila Valenzuela son, tal vez, por todas las guerras que se ensañan desde las mentes perversas, como las de Putin y Netanyahu, apoyadas por otras mentes perversas para las que la vida no vale nada. Ni para qué mencionarlas.


Empecé estas líneas pensando en la reseña de la obra, con la actuación de Juan Camilo Prada como Agamenón, Camila Valenzuela como Clitemnestra, Erik Joel Rodríguez Franco como Orestes, Matilde Acevedo como Electra, Alejandra Giraldo como la Furia… Pero el bombardeo de un campamento de refugiados por parte de Israel, dizque para combatir a Hamas, me volvió a traer a la realidad. Porque centenares de personas fueron destrozadas por las bombas.

En la Guerra de Troya no había bombas, pero la humanidad se ha especializado y ahora utiliza misiles “inteligentes”, bombas químicas, drones, fusiles con miras telescópicas, tanques con orugas y cañones, explosivos para ser enviados a los hospitales donde se debían recuperar los heridos de otros atentados…

Esquilo se queda corto en la trilogía AgamenónLas coéforas y Las euménides. No sé qué habría escrito hoy, en Palestina y Ucrania cercanas a Grecia, pero yo me quedé sin palabras. El alma entristecida por el horror del genocidio en Ucrania y en Palestina me impide seguir escribiendo.

Al director y el elenco de la obra, felicitaciones. Y disculpen por esta digresión, pero no lo pude evitar. Como a Clitemnestra o Camila Valenzuela, también se me escapó una lágrima.

 



Ficha técnica

Autor: Esquilo

Adaptación: Robert Icke

Director: Pedro Salazar.

Elenco: Erik Rodríguez, Camila Valenzuela, Juan Camilo Prada, Natalia Ramírez, Juan Manuel Barona, Martha Millán, Manuela Salazar, Matilde Acevedo, David Suárez y Juan Pablo Gómez.

Dramaturgista: Pedro Salazar y Juan Pablo Castro.
Asistente de dirección: Nana Velásquez.
Escenografía: Julián Hoyos.
Música original: David Loaiza.
Diseño luces: Diego Tiriat.
Utilería: Diana Sanabria.
Videoarte para escena: Carmen Gil Vrolijk.
Vestuario: Marcela Forero.

Fotografías: Teatro Nacional.


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20 junio 2023

La invención de la naturaleza

La invención de la naturaleza  

Por Javier Correa Correa

 


A veces llegan a nuestros oídos “cartas con olor a rosas que sí son fantásticas”, dice una canción de un baladista español. Y a veces llegan a nuestros ojos libros que ni pensábamos, como La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, de Andrea Wulf, quien nació en la India, fue criada en Alemania y hoy vive en Inglaterra.

Ha trasegado por el mundo, como lo hizo su ídolo y ejemplo Alexander von Humboldt, a quien en Colombia se le rinde tributo en el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos, que fue fundado hace cuarenta años y lleva su nombre.

Es difícil escribir sobre un hombre que sin duda reclamaba un espacio en el pedestal de los grandes pensadores, investigadores, tercos, sarcásticos, polímatas, políglotas, biólogos, viajeros, comprometidos con la vida, demócratas, estudiosos de los grandes volcanes y diminutos animales, ecologistas, geógrafos, de esos que no se dedican a una sola disciplina que disecciona el mundo sino que lo abordan con admiración y gratitud en su compleja totalidad.

Vamos por partes, pues de todas formas hay que ordenar las palabras. Humboldt nació el 14 de septiembre de 1769 en Berlín, Alemania (en lo que antes era Prusia), y falleció en la misma ciudad el 6 de mayo de 1859, luego de recorrer más de medio mundo, conociendo y dando a conocer ese que llamamos planeta azul pero que en realidad es iridiscente.

Con sus estudios influyó en el conocimiento y de ello se desprendieron teorías y prácticas como la común ecología que hoy sigue careciendo de la fuerza suficiente, pese a que él mismo alertó sobre el riesgo de la explotación de los recursos naturales como si fueran inextinguibles, no solo para el servicio de la humanidad sino del mismo planeta tierra. Algo que los aborígenes de Australia, África, Asia y América tienen claro, pero que era necesario que un europeo recogiera para que el resto de países desarrollados se dieran cuenta. No lo han hecho, pues el planeta sería otro si lo tuvieran claro y si el ansia de acumulación de dinero no fuera lo más importante para quienes deciden los presentes y los futuros.

Si es que hay futuros, esperemos que sí. Son muchas las generaciones que hacen fila para disfrutar de las nubes, de los ríos, de los aromas y colores y sabores de las plantas, del frío calor de los nevados que también son volcanes, de las selvas mágicas, de la visión de los animales que deambulan campantes por donde tienen derecho desde tiempos inmemoriales, en fin, de esto que llamamos Tierra, con mayúscula.

Y hay también millones de años más para este planeta, con o sin nosotros, pues el planeta mismo es un ser vivo. Y, sin alguien lo duda, que le pregunte a Alexander von Humboldt, a Aimé Bonpland, a Johan Wolfgang von Goethe, a Charles Darwin, a Henry David Thoreau, a Ernst Haeckel, a John Muir, al sabio Francisco José de Caldas, al mismísimo Simón Bolívar, a Andrea Wulf y a Brigitte Baptiste, quien fue directora del Instituto Humboldt en Colombia.

Con una investigación minuciosa y una prosa limpia que atrapa, el libro La invención de la naturaleza es, sin duda, un maravilloso acompañamiento a Humboldt y una reinvindicación de su legado que trascendió las fronteras del globo terráqueo en su monumental obra Cosmos, sobre la estructura del universo.

El libro que recomiendo con plena convicción, sin embargo, tiene algunos “agujeros negros”, como un sobredimensionamiento del mismo Humboldt, a quien se le da un protagonismo que no es relacionado con otros filósofos, poetas, pintores y científicos, como Aristóteles y Da Vinci, sino que ni siquiera los menciona, y eso que la visión de la autora es eurocentrista.

Esa es la segunda falencia, el querer escribir la historia a partir de eur opsis, cuyo prefijo eu significa verdadero y opsis significa ver. Esa oportuna definición de Europa nos la brinda la etimología del griego, para aclarar el concepto de la ciencia según los ojos de un continente que se ha abrogado el derecho no solo de explicar el mundo sino de apropiárselo, literalmente.

Aunque el mismo Humboldt se opusiera al colonialismo europeo, lo que le permitió relacionarse con el joven Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco, un caraqueño que se rebeló contra el colonialismo español, y que fue llamado Libertador de varios países. Pero en el libro se le da un protagonismo excesivo al europeo Humboldt en la gesta independentista, al tiempo que se minimiza el papel de Francisco José de Caldas, a quien a duras penas se menciona como alguien a quien el alemán conoció a su paso por la provincial Santafé de Bogotá.

No todo es perfecto, y de ello dan fe los estudios de Humboldt. Y perfecto no es el libro La invención de la naturaleza, que de todas formas recomiendo si queremos entender un tris más a este mundo diminuto que, como decían los abuelos, “es un pañuelo”. Pero es inmenso.

 


Título: La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt.

Autora: Andrea Wulf.

Traducción al español: María Luisa Rodríguez Tapia.

Editorial: Taurus.

Primera edición: 2016.

Primera impresión en Colombia: 2017.

578 págin

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16 junio 2023

 


“Safo anhelante sueña el mundo. Levanta su lira y canta un canto hermoso, joven eufórica. Delirante sostiene una perla, una palabra, el mundo. Ahora traga, susurra una dulce ninfa. Ella suspira, levanta la mirada y ve a una mujer en vestido de cóctel”.

Carole Maso

 

Por Javier Correa Correa

 

El color negro y el color rojo

más el rojo

por la pasión simbolizada

por la magia milenaria de la mujer

luna de tantos días

playa de humedades

juegos de palabras y de frases

tal vez inconclusas tal vez

sugeridas así para que quien lee

arme su propia idea.

Aureola –o areola–, Aureole, según se escribe en la natal New Jersey de Carole Maso. Publicada allí en 1996, la obra Aureola está compuesta de doce cuentos de poemas eróticos, a los que se le suman un prefacio de la autora, un acápite con notas para clasificar de dónde fueron tomadas las referencias literarias, y una nota final de Juliana Borrero Echeverry, la traductora, quien aclara que “Fue necesario comprender íntimamente las maneras en que el texto interrumpe, cuestiona y pone a prueba la sintaxis, la puntuación, la completitud de la oración, la narración o la idea para agenciar con gracia su ingreso al español”.

Y también confiesa que “Aureola se me fue dando a conocer como un amor pícaro, múltiple y cambiante, mostrando y velando sus curvas, sus secretos, sus profundidades. Y yo caí en sus abismos como una sexoadicta. He amado este texto disruptivo que a menudo ha parecido imposible de traducir”.

Autobiográfica o participativa, no simple observadora, protagonista, así se presenta Carole Maso, la escritora gringa que combina el francés con su lengua original, la lengua juguetona impresa y la lengua juguetona que acaricia, como sus dedos también lo hacen en las historias que se leen con complicidad.

Desde su publicación hasta ahora, el libro fue impreso en Colombia por Cajón de Sastre, tras obtener la beca para proyectos editoriales independientes, emergentes y comunitarios, concedida por el Programa Distrital de Estímulos (PDE) del Instituto Distrital de las Artes, Idartes, en 2022.

A leer, entonces, con la alegría de la mente abierta.

 

Carole Maso


Carole Maso nació en Nueva Jersey, Estados Unidos, en 1955.

Recibió la beca NEA (1998), la beca literaria de ficción Lannan (1993) y la beca del Premio de Berlín (2018), entre otros estímulos creativos. Ha sido profesora de literatura en varias universidades de su país.

Ha publicado las novelas Danza de fantasmas (1986), El amante del arte (1990), AVA (1993), La mujer americana del sombrero chino (1994), Desafío (1998), Madre e Hijo (2012), y los libros de cuentos Tasting Life Twice: Literary Lesbian Fiction by New American Writers (antología, 1995) y Aureole: An Erotic Sequence (1996), entre otros.

 

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23 mayo 2023

La francesa de Santa Bárbara



Era hosco, Francisco José. Fumaba tabaco e impregnaba de olor todas las paredes y los muebles y los libros del Observatorio astronómico. Hasta su ropa absorbía el humo. Pero eso no le importaba a la mujer, quien, proveniente de su natal Francia, había llegado a un pueblito de entre 25.000 y 30.000 habitantes, llamado Santa Fe.

Hermosa mujer, sin duda, de quien uno termina enamorándose, como de ella se enamoró Francisco Matiz, el dibujante de la Expedición Botánica, y como ella se enamoró de Francisco José de Caldas, el astrónomo que fue después ingeniero militar y padre de cuatro hijos con su prima María Manuela Barahona.

Hasta ahí cuento, para no incurrir en eso que hoy llaman spoiler, y mejor les dejo el placer de la lectura de la novela La francesa de Santa Bárbara, de Gloria Inés Peláez Q., cuentista, novelista, docente, antropóloga, tantos títulos como el mismo sabio Caldas. La novela que comento es una pieza histórica que reconstruye los miedos, la terquedad, las obsesiones, la timidez, las inseguridades de ese que forma parte de los próceres de la Independencia de nuestro país.

La historia fundacional de lo que hoy es Colombia se cuenta desde la óptica de una pacifista que pretendía escapar de las guerras en Europa y quien, sin embargo, terminó involucrada en la guerra que los criollos libraron contra el colonialismo español.

“Me pregunto si la guerra es el destino de los hijos de estas tierras. En tal caso, la historia no sería un progreso, como creía Francisco José, sino más bien un desatino, sin más leyes que las de la guerra. Y nada puedo hacer para cambiarla, solo doy alivio y fuerzas a aquellos que van a morir por ella”, dice la francesa de la mano de Gloria Inés Peláez.

Y agrega(n): “Somos briznas movidas por los soplos del maligno, agitados en remolinos que nos confunden y nos arrojan los unos sobre los otros, ciegos vamos a la muerte y lloramos”.

Pero, como si siempre existiera un pero, la francesa se entrega en alma y cuerpo y un día cualquiera, casi sin darse cuenta, percibe que su piel se estira, que los senos se agrandan, que la espalda le duele, que la comida no es la culpable del aumento de peso, que hay algo que la convierte “en un instrumento de la materia, al darle vida en mis entrañas a un nuevo cuerpo de barro que aprovisionaría un alma”. Más bello para dónde.

La francesa vivía en el barrio Santa Bárbara, cerquita a la casa del virrey y a lo que hoy es la Plaza de Bolívar, unos años después el Libertador concluiría el trabajo en Boyacá en los campos.

Francisco fue el nombre del hijo de la francesa, ella misma no sabe si en honor de su hermano, François, o del astrónomo criollo. Qué lo va a saber uno tantos años después, Gloria Inés Peláez deja la duda, al fin y al cabo de eso se trata la literatura hoy, de permitirle a quien lee que complemente la historia. Y con más veras si se trata de una novela histórica, como La francesa de Santa Bárbara.

 

La autora

Las novelas de Gloria Inés Peláez han sido incluidas dentro de la llamada “Nueva Novela Histórica”: La francesa de Santa Bárbara obtuvo el Premio Nacional de Cultura, modalidad novela, de la Universidad de Antioquia (2009). La más reciente, Era mucho el miedo, fue publicada por Ediciones Desde Abajo (2016).
Ha publicado los libros de cuentos: Roa, Séptima con Catorce, ganador del Premio de Cuentos sobre Memoria Urbana referida a Bogotá, de la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte, Bogotá (2007), y Breviario del tiempo, Universidad del Valle (2012). Ha participado en diversas antologías de cuentistas: Narrar a Caldas, historias y relatos para un nuevo siglo, de la colección Las Letras de Caldas en el Bicentenario, Manizales (2019), de escritores caldenses; Cuentan, relatos de escritoras colombianas contemporáneas, Sílaba Editores, Medellín (2010); Ardores y furores. Relatos eróticos de escritoras colombianas, Planeta (2003); Premios que cuentan, Taller de Escritores de la Universidad Central, Bogotá (1988 y 1991).

La francesa de Santa Bárbara está disponible en https://elibros.com.co/product/la-francesa-de-santa-barbara/

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El imperio de los imperios

 El imperio de los imperios

In memorian Sebastián Ramírez Amaya

 



Esta es quizás la segunda dedicatoria a Sebastián Ramírez Amaya, un biólogo colombiano a quien no conocí pero que conozco y aprecio mucho. Explico: Mariana, una hermosa mujer –su madre–, y Fernando, un hombre orgulloso –su padre–, hace unos meses, nos presentaron a su hijo a los integrantes de un grupo de madres y padres que hemos perdido a nuestros hijos, en esas inexplicables circunstancias que rompen el tradicional esquema de que los mayores nos vamos primero. 

Virtualmente, ingresaron a una sesión de Lazos, un grupo en el que hablamos con orgullo de las hijas y los hijos, a quienes hemos ido conociendo y queriendo, como conocimos a dos grupos de simios a quienes Sebastián estudiaba en la selva de Ngogo, en la nororiental república africana de Uganda. Biólogo egresado de la Universidad de los Andes, en Bogotá, en 2013 hizo un estudio sobre los monos arañas en el Magdalena Medio colombiano. Viajó a Estados Unidos, donde adelantó un doctorado en la Universidad de Arizona, lo que lo llevó a Uganda, para adentrarse en la selva y en la vida de los chimpancés.

El último día de su trabajo de campo, el 10 de abril de 2022, y luego de un año en la selva tropical, llamó a Mariana, y le comentó que pocas horas después abordaría un avión para regresar a la universidad. Había sobrevivido a los enfrentamientos territoriales de los chimpancés y estaba tranquilo en su campamento, empacando su equipaje, cuando un elefante lo atacó. La información llegó por cuenta de su universidad bogotana y fue registrada en varios medios de comunicación, por aquello de la cercanía afectiva, uno de los criterios para definir cuándo un hecho es susceptible de ser convertido en noticia.

Hace una semana, Fernando y Mariana nos contaron de la serie documental de cuatro episodios disponibles en la plataforma Netflix, El imperio de los chimpancés, que le rindió un homenaje al colombiano: In memory of Sebastián Ramírez Amaya.

Sebastián guio en varias ocasiones al equipo de grabación que no solo se internó en la manigua sino que convivió con los primates e incluso se mezcló con ellos en medio del fragor de la batalla entre los grupos de los centrales y los occidentales, que se siguen disputando el territorio para algo tan elemental como la supervivencia. De lo que los humanos tenemos responsabilidad, pues les hemos ido arrebatando el hábitat y cada vez disponen de menos espacio para encontrar alimentos.

Las imágenes son tiernas cuando muestran a las orgullosas y protectoras madres que cuidan a los bebés, inquietos y tiernos como todos los cachorritos, inclusive los humanos.

Pero son también desgarradoras cuando evidencian la organización social y política, al mostrar las alianzas en contra de Jackson, el macho alfa, un primate que en posición erguida puede alcanzar un metro con setenta centímetros de altura, y con su complexión fuerte y su decidido liderazgo preserva la integridad de los más de 150 integrantes de su comunidad. Pero, como en las civilizaciones más avanzadas, hay quienes confabulan para acceder al poder. Al fin y al cabo, compartimos el 99% del ADN y, además de la desnudez peluda y la desnudez lampiña, es poco lo que nos diferencia. Tal vez el lenguaje, como el que utilizo para redactar estas sentidas líneas. Habría que preguntarse quiénes han evolucionado y quiénes se han quedado rezagados millones de años, así hagan de todo, hasta Inteligencia Artificial. Pero ese es otro tema. 

La miniserie de Netflix está estructurada en cuatro episodios: Paraíso (Paradise), Los otros (Others), La guerra (War) y El juicio (Reckoning), y presenta la vida cotidiana de los primates que no son apenas nuestros antepasados sino que tratan de sobrevivir pese a los humanos, que supuestamente hemos evolucionado. A lo mejor –a lo peor– nosotros somos el eslabón perdido.

Es impresionante como en Ucrania, en Myanmar, en Siria, en Colombia, las patrullas de combatientes se preparan para la guerra, igual a como lo hicieron los homínidos hace millones de años y a como lo siguen haciendo los chimpancés en Uganda. La diferencia es que los primates combaten por la comida, que puede estar a unos pocos metros, tras cruzar un riachuelo, en un territorio que ya no les pertenece porque les fue arrebatado por otro grupo que también espera alimentar a sus integrantes. Los humanos se matan –nos matamos– por placer, por sevicia, por ambición económica. Algo de lo que los chimpancés no tienen conocimiento ni les interesa tenerlo.

Presumo en estas líneas que es parte de las conclusiones de la investigación adelantada por Sebastián Ramírez Amaya, a quien le rindo un muy afectuoso homenaje, igual que a Fernando y a Mariana. Y también a Jackson, quien no dudó en arriesgar su vida para defender a su gente. Sí, su gente, la que le sobrevive en Ngogo. 

 

Ficha técnica

Dirección: James Reed

Guion: James Reed y Matt Houghton

Dirección de fotografía: Benjamin Saad

Producción: Callum Webster

Producción ejecutiva: Matt Cole y James Reed

Edición: Gary Thomas

Trailer: https://www.filmaffinity.com/es/evideos.php?movie_id=224014 

Cómo se grabó el documental: https://www.youtube.com/watch?v=cZal12H2YNY

 

Palabras clave: Sebastián Ramírez Amaya, El imperio de los chimpancés, Ngogo, Lazos.

 

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28 octubre 2022

 


“Para mí los parques de diversiones son metáforas de paraísos ilusorios y distorsionados. Nos amarramos el cinturón de seguridad para sentir que viajamos a la luna; los carros locos nos dan permiso para violentar al otro; la montaña rusa nos lleva a cavernas de cartón, a abismos mentirosos”.

Lina María Pérez Gaviria

 

Por Javier Correa Correa

Si a alguien le preguntan quién es Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, seguramente responderá “ni idea”. Hasta podría aventurarse a decir que es una invención. Si a alguien le preguntan qué relación hay entre George Sand y la literatura, seguramente responderá “un escritor”.

Si a unas marchantas de la galería La casa amarilla les preguntan quién es Gabriel Talero, orgullosas responderán que un excelente pintor que ellas lanzaron al estrellato y que incluso han vendido sus cuadros en el palacio presidencial y en varios museos de Estados Unidos y Europa. Y si les preguntan quién es Antonia Otero, dirán que es apenas una intermediaria entre ellas y el éxito de Gabriel Talero.

Si a un lector le preguntan quiénes son Antonia, Gabriel, Esteban, Julián, Emilio, Marcela, María Clara, dirá que personajes de la novela “El mismo lado del espejo”, de Lina María Pérez Gaviria, pero uno se despista cuando, antes del primer capítulo, la autora les agradece el haberla acompañado durante cinco años y haberse vuelto “de carne y sueño en cada uno de los espejos que inventé para ellos”.

Muchas preguntas, un solo espejo. Así es difícil hacer una reseña de la novela “El mismo lado del espejo”, que en 191 páginas más el colofón narra varias historias a partir de la ficción literaria, con el impecable estilo de esta escritora bogotana de ancestros paisas. Tuve la fortuna de conocer personalmente a Lina María hace unos años en Bogotá, y de conocerla aún más en varios de sus libros de cuentos y de la novela “Mortajas cruzadas”, que reposan en mi biblioteca hasta cuando me vuelvan a hacer un guiño para la relectura.

Con Alba Lucía Ángel y Laura Restrepo conforman un maravilloso triángulo de escritoras colombianas que figura incompleto si se deja de mencionar a Rocío Vélez de Piedrahíta, quien trascendió a otro plano pero cuya obra acaba de ser reeditada por Eafit. Claro que hay muchas más mujeres que en Colombia han escrito y siguen haciéndolo, con coraje y con berraquera y con calidad exquisita. Me refiero aquí a aquellas que escriben en prosa, porque en poesía la lista es también inmensa. Y estas líneas no pretenden hacer una reseña de literatura hecha por mujeres, es apenas una aproximación a la novela “El mismo lado del espejo”, por lo que este párrafo es quizás una digresión válida.

De modo que vuelvo a la novela que me convocó. En alguna página dice Antonia Otero: “Los bocetos iniciados en mis jornadas de trabajo se convierten en pinturas y adquieren dignidad y presencia. Todos los días espero algún milagro que me clave definitivamente al caballete, a la paleta, al dominio de mis manos conectadas a las fibras más íntimas de mi alma, a la desmesura feliz y descarada para pintar y seguir pintando sin importarme nada”.

En otra página complementa la provocación a quien lee: “Esa es mi pretensión. Cuando pinto, pienso en cualidades, en opuestos y contrastes: realidad y fantasía; verdad y mentira; evidencia y falsedad”.

Irreverente, tal vez mitómana compulsiva, Antonia Otero se desnuda frente a los caballetes –¿del tiovivo?– y presta su cuerpo para que sea usado como lienzo por ella misma y por Gabriel Talero, cuyas vidas se unen en los pinceles, los tubos de óleo, la trementina. “Hemos llegado lejos, podemos alcanzar un buen pacto de compinchería; respetar nuestros terrritorios: los estéticos, los vitales, qué se yo”.

Ella explica que “No es tan complicado. Solo tú lo sabes… Empecé como un juego, digamos, un divertimento… Moldeé a mi antojo a un artista de barro, al principio, lo saqué de una costilla para hacer un muñeco insignificante… Cuando le di un soplo de vida se desbordó, y ha ido más lejos de lo imaginado…”.

Eso de “qué se yo” y “Solo tú sabes” no es un juego de palabras, es el vértigo de la rueda de Chicago, del oxidado letrero “Ciudad de hierro”, de El cuarto invisible, del Fantasma de la Candelaria. No incurro en una infidencia cuando digo que Lina María me aclaró en una red social que “Entrar al parque de diversiones de la portada invita a conversar con personajes y también contigo mismo”. En ese sentido, me identifico con Efrenio, el muy discreto conductor del carro de familia, tan discreto que apenas es descrito por la autora. Él decide guardar uno de los grandes secretos de Antonia, “la muy astuta”. Yo también me reservo, desde mi lado del espejo, otros secretos que Lina María compartió conmigo en esta novela.

Ah, para saber quién es Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant se puede consultar Google. Para saber quiénes son Antonia Otero y Gabriel Talero, les invito a leer “El mismo lado del espejo”.


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